Los diseños de Vera Wang son siempre un alarde de sensibilidad, derivado de su pasión por el mundo del vestido de novia, cuya riqueza se hace visible en todas sus prendas.
En esta colección, Wang ha tomado el color como auténtico guía del desfile, elaborando un discurso cromático a base de tonos joya. Éstos han evolucionado desde el blanco más puro hasta el estallido final en dorado. Entre ellos, un azul eléctrico ha dado paso al azul noche, hasta llegar al negro. Y vuelta a empezar, otro golpe de efecto con un potente morado, de él al verde, después al amarillo y finalmente, llegó el oro.
Las prendas han seguido una misma línea en cada aparición de color. Mallas de ciclista se han combinado con tops de cuello mao de ricos bordados tridimensionales, brocados brillantes y estampados que nos recuerdan al papel que decoraba las estancias de los palacios Rococó -influencia notable también en las cintas que sujetaban los altos tacones en color nude y los broches solares en los cuellos de las camisas-. Estos adornos se han aplicado también a voluminosas faldas en A, pantalones de líneas sueltas y vestidos palabra de honor de escote desvahído, como a punto de caer por la espalda, formando unas llamativas solapas sobre ella.
Con un final lleno de brillo, en tonos marfiles y dorados, el encaje calado parecía estar realizado con el mismo pan de oro que bañaba los lienzos barrocos. Sin embargo, Vera Wang no se excede, y su opulencia es contenida, para que la mujer no se pierda en sus diseños y reivindique su fuerza a través de su feminidad.
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